Despertó con una terrible jaqueca, boca desencajada y seca.
Había sido una noche muy loca, una de esas que no se olvidaban. Por desgracia,
no se acordaba de nada.
Estaba sola, como
casi nunca en su historia.
- ¿Dónde está mi amiga?-
se preguntó la chiquilla.
Era suave,
confortable y blandita. Se llamaba Izquierda, y era una zapatilla. Azul como el
cielo, esponjosa, como el rabo de un conejito, y estrecha, siempre había estado
junto a su amiga melliza, Derecha. Tenían la misma edad, claro, desde su salida
de la fábrica hacía un año. Habían estado juntas en un sinfín de eventos, soportando
durezas, callos y olores no muy frescos, pero nunca separadas. Ahora, como
novedad, no la veía por el rabillo del ojo al caminar.
Izquierda se sentía
pesada y había perdido el habla.
- La noche ha sido
dura- se dijo-. Pero he de buscar a
mi amiga, sin duda.
La zapatilla solitaria
miró debajo de la cama. Descubrió polvo, unas llaves y ropa interior usada,
pero no a Derecha.
Bajó entonces las
escaleras y revisó la cocina, por si se hubiese colado debajo de alguna
estantería. Ni rastro.
En el salón, escarbó
bajo el sofá, pero sin éxito. Solo pelusas, monedas y una pulsera de México. ¿Dónde estaría su amiga?
Uno a uno, Izquierda
revisó hasta los últimos confines: el dormitorio de los niños, la sala de
estar, los baños, la bohardilla, detrás de los cojines… pero ni rastro de ella.
- ¿Dónde estás,
Derecha? Tu ausencia abre en mi pecho una brecha.
Ensoñó lo que haría
cuando descubriese dónde se escondía su amiga. La abrazaría, la mimaría y con
ella hablaría.
- Bueno, eso si
recupero el habla- se planteó la traba.
Si tan solo pudiera recordar...
- ¡Aquí estás!
Su dueña estaba
resacosa, se movía sin coordinación y ojerosa. Izquierda sabía que debía
mantenerse quieta, porque era un objeto y se supone que los objetos no son
cosas con sentimientos.
La señora era vieja
aunque atlética, y le gustaba el bebercio de forma épica. Con ebria torpeza,
levantó a Izquierda y tiró de su extremo firmeza. Derecha salió de dentro de su
boca sin aliento, donde había estado atorada todo el tiempo.
Izquierda y Derecha
se miraron un momento. La una había estado de la otra dentro, y viceversa, en una
suerte de vergonzoso entuerto. Antes de que ninguna pudiera gritar, su dueña le
metió a cada una un pie en la cavidad bucal y las arrastró por el suelo hasta
la cocina, en donde se sirvió una manzanilla.
Desde aquel fatídico
día, Izquierda y Derecha no volvieron a mirarse a la cara. No se sentían
cómodas cuando cruzaban miradas. A pesar de los esfuerzos, no pudieron superar
su desencuentro.
La antigua amistad
de las zapatillas fue truncada con fulgurante pena, y nunca jamás fueron
capaces hablar del tema.
Moraleja: Nunca te líes con tu mejor amigo.
FIN
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