lunes, 30 de enero de 2017

La Sonrisa Escondida

- ¿Y les han detenido ya?
- Sí. Por suerte.
- ¡Qué rápido! En menos de 24 horas.
- Es que hay que ser tontos… yo no sé dónde vamos a llegar…
  Era la comidilla del día. La señora Vanquer había sido un personaje pintoresco del pueblo, una “loca de los gatos” a la antigua usanza. Algunos la tomaban por una vagabunda más, los niños pensaban que era una bruja, con su melena gris y su rostro siempre sucios, sus harapos y sus zapatos destruidos. La versión más oficial era la de que había sido amante de un joven rico hacía años, a quien la mujer de este había descubierto y hecho la vida imposible, hasta arrebatarle todo y llevarla a la locura. Como fuera, Vanquer no le hacía daño a nadie, sólo paseaba por el pequeño pueblo de Long Grass, viviendo de la caridad de las personas y musitando frases inconexas. Eso, hasta hacía unas horas.
  Youtube lo había retirado en un tiempo récord. Las imágenes mostraban a la señora Vanquer paseando en mitad de la noche, con su mirada difusa y sus pasos reptantes. Un maullido llamaba su atención dentro de un contenedor de basura, asustado y, aparentemente, malherido. Cuando la mujer se acercaba, la tapa se levantaba abruptamente y un personaje disfrazado con una máscara horrenda y un martillo en la mano derecha salía, gritando. Entre carcajadas, la señora Vanquer caía hacía atrás, mientras emitía un quejido largo y grave. Luego, empezaba a convulsionarse de manera violenta. En el último fotograma, el rictus congelado de la sintecho casi parecía una sonrisa histérica, amarilla, siniestra. Las imágenes desaparecían.
  El vídeo superó las 100.000 visitas durante las 9 horas que estuvo en la red. No fue difícil para la policía identificar a los culpables del infarto que había acabado con la vida de la señora Vanquer, el chico disfrazado y el cámara. Se les acusaba de homicidio involuntario.
- Dicen que si te plantas en el cuarto de baño a medianoche, con las luces apagadas y una vela, y maúllas tres veces ante el espejo, Vanquer se aparece y te lleva con ella al infierno…
- ¡Venga ya! Es la leyenda menos original de la historia. Además, todavía no ha pasado suficiente tiempo para que se convierta en un mito.
  A Marro, su hermano mayor, siempre le había gustado asustarle. Desde pequeño.
- Bueno, bueno, es lo que dicen- continuó el chico, con una sonrisa maliciosa-. No me atrevo a comprobarlo. Y, yo que tú, tendría cuidado esta noche si me entraran ganas de ir al baño. Conocías a esos chicos, ¿no? Eran tus amigos.
  Steve y Roy iban a su clase, sí. Conociéndoles, sus padres acabarían pagando la multa y ellos tendrían algo de lo que fardar ante las niñas en clase. Además, muy probablemente los suscriptores a su canal crecieran como la espuma.
- No somos amigos- zanjó Zack con sinceridad, apartando la mirada.

Algunas noches en casa de Marro y Zack eran muy solitarias. Sus padres estaban divorciados y su madre (con la que vivían) trabajaba muchas de ellas, en el hospital. Como aquella.
  Cuando Zack apagó el televisor para irse a la cama, cruzó el pasillo en penumbra y observó el espejo del cuarto de baño desde fuera, casi con suspicacia. Miró alrededor, pero su hermano estaba encerrado en su cuarto. Tragó saliva, y siguió recorriendo la casa hasta su habitación.
  Una vez en su alcoba, sacó el cargador del móvil del cajón y se puso de rodillas en el suelo. El enchufe más cercano estaba debajo de su cama. De repente, un sentimiento irracional se adueñó de él. El espacio de debajo estaba parcialmente oculto por la sábana que colgaba. Sintió un escalofrío.
- No eres un crío- se dijo.
  El adolescente sujetó la tela con las manos y, con pulso trémulo, la levantó. Nada. La parte baja de su cama estaba vacía. Zack soltó un suspiro de alivio y enchufó el cargador. La lucecita roja de su móvil se encendió cuando lo conectó. El chico se acostó y apagó la lampara.

Zack abrió los ojos. La oscuridad que le rodeaba era casi total. Los únicos reflejos eran los que escapaban de la persiana, parcialmente subida. Aquello era peor que no ver nada. Las sombras creaban figuras ocultas y misteriosas.
  El chico se hizo un ovillo entre las sábanas, cerró los ojos y trató de no pensar en nada. Resultó un esfuerzo fútil. Necesitaba ir al baño.
- Maldito Marro…
  Zack encendió rápidamente la luz de su mesilla de noche. Como había supuesto, todas las sombras tenían su explicación: el armario, una silla, el ordenador de sobremesa, una pila de ropa sucia… El chico se levantó de un salto y fue hasta el baño. Antes de entrar, se mantuvo mirándolo desde fuera.
- Maldito Marro…
  Pero no tenía más remedio. No iba a poder aguantarse. Antes de pulsar el interruptor, se detuvo en el sitio. Un escalofrío funesto le recorrió la espina dorsal. Había algo dentro… o alguien. Una figura aguardaba en su interior, junto al lavabo. Era un poco más bajita que él, y parecía tener una túnica que le colgaba hasta los pies. Desde su posición, no podía distinguirla bien.
  Zack se lamió los labios. Tenía la boca seca.
- ¿Hola…?- se descubrió a sí mismo preguntando.
  No hubo respuesta.
  Zack estaba aterrorizado. Aquella silueta no tenía ningún sentido, no había ningún mueble ahí, nada que pudiera explicarlo. Pensó en muchas cosas que podía hacer: volver a su habitación, pero la figura seguiría ahí, y podía salir…; podía avisar a Marro, pero entonces se reiría de él; podía… irse de casa, llamar a la policía. Finalmente, sin pensar, el chico encendió la luz.
- ¡Maldito Marro!
  Apoyada sobre el lavabo, había una escoba. Su hermano mayor le había puesto una toalla encima, asemejando el hábito de una monja. Mientras hacía sus necesidades, Zack pensó en posibles formas de devolvérsela. Tiró de la cadena, evitó lavarse las manos para no enfrentarse al reflejo del espejo y volvió a su cuarto.
  Aliviado, Zack miró la hora en su móvil. Las 2:34. Todavía tenía tiempo antes de que el despertador sonara para ir a clase. Vio que la luz del cargador no estaba encendida. El chico desconectó y conectó el teléfono, sin provocar ningún cambio.
- Vaya…
  Sujetando el cable, Zack se puso de rodillas y levantó el faldón que caía de sus sábanas. Se le congeló el corazón.
  Vio una figura parcialmente oculta por las sombras, agazapada. Unos ojos muy abiertos, inyectados en sangre. Una sonrisa afilada, amarilla y podrida. El chico notó una punzada aguda cuando unas uñas largas se clavaron en su hombro. Antes de poder gritar, un tirón seco le arrastró hasta que sus pies desaparecieron por debajo de la cama.   

Fue una noche muy ajetreada en Long Grass. Tres niños habían sufrido sendos infartos en sus habitaciones. Sus cuerpos estaban fríos y sin vida cuando llegaron los equipos a cada casa, casos tan súbitos que costaba darles explicación. Dos de los jóvenes eran los implicados en el reciente caso de la muerte de la anciana, grabada y colgada a youtube, por lo que la policía investigó el tercero. En su ordenador hallaron archivos ocultos, escenas del rodaje de la muerte de la señora Vanquer editadas que no se habían colgado a internet.
  Pero el caso no se detuvo ahí. Al día siguiente, una joven apareció en su cuarto, en similares condiciones y, dos noches más tarde, un chico y una chica, entre ellos el hermano mayor del editor del vídeo.
  Los muertes se extendieron por otros pueblos y ciudades, pero todas ellas con el mismo patrón: los cuerpos, en su mayoría de jóvenes, eran encontrados por la mañana, congelados, con un rictus de terror en sus rostros.
  La policía no hallaba ningún nexo, mientras las víctimas seguían creciendo noche tras noche...

  Más de 100.000 visitas había conseguido el vídeo de la muerte de Vanquer en un día. Y aun había algunas copias que se seguían difundiendo de móvil en móvil.

FIN

lunes, 16 de enero de 2017

El Otoño la Sangre Altera


Lloraba el otoño desconsolado. De sus cuencas huecas, caían hojarasca y ramas secas. Se reían de él la primavera, con su florida cabellera; se desternillaba el verano, frotando sus cálidas manos; y se jactaba también el invierno, en un tono frío y nada tierno.
  La niña acudió intrigada, preguntando qué era lo que sucedía. El otoño respondió entre sollozos: "todo el mundo se ríe de mi rima...".

FIN

miércoles, 11 de enero de 2017

El Cuervo Envidioso

“Soy un artista,
Descubro los sentimientos de la gente
Sin tener ninguna pista.
Soy un artista,
Hago rimas sin cesar que son
Una maravilla.
Soy un artista,
Pinto cuadros con palabras que
Son un regalo para la vista.
Soy un artista
Cuando muera, más que autopsia,
Me construirán una autopista.”

 Conejo Ypunto era una página web muy famosa entre los animales del bosque. Su creador, Conejo, tenía más de tres millones de seguidores, y cada día crecía más. Su última creación, Soy un artista, contaba ya con 2 mil menciones en instafarm y ya todo el mundo había oído hablar de ella. Su último gran éxito quedaría grabado para siempre en los rojos ojos que le perseguían constantemente.
  Vivía en las ramas más altas de un enorme cedro, de madera oscura como el carbón, Cuervo. Para el ave, el último poema de Conejo era insulso, pretencioso, poco original y desprovisto por completo de alma. Probablemente, Conejo lo hubiera creado en el baño, o cogiendo partes de otras obras y pegándolas, pero nadie se lo había dicho y nunca lo harían. Era una estrella, tenía fans, y alguien con fans nunca hace basura, simplemente “hay a quien le gusta y a quien no”. La belleza no era objetiva, al fin y al cabo. O eso se decía.
  Cuervo era un ser de sombras, todo lo contrario que Conejo, siempre bajo los focos. El pájaro vivía apartado de los habitantes del bosque, rodeado de tenebrosos tonos ocres de hojas muertas. No tenía más remedio. Odiaba y despreciaba al resto, casi tanto como les anhelaba y necesitaba en silencio. Pero su luz le dañaba, le quemaba las pupilas. No aguantaba los triunfos de los demás, triunfos que no eran sino la constatación de sus propios fracasos, de que en realidad no era nada. Su única compañía eran los gusanos que se arrastraban, seres de tanta desdicha como la suya. Sin embargo, hasta los gusanos podían convertirse en mariposas. Él no podía. Por eso se refugiaba en aquel árbol negro de monstruosa talla, lo más lejos posible de los demás. Ese cedro no era como el resto, le susurraba. Sus raíces reptaban por el subsuelo sin que nadie pudiera verlas, y se alimentaba de la sombra de los animales del bosque, de su miseria. Era el sitio adecuado para Cuervo, aunque doliera y le quemara por dentro. Su lugar.
  Había algo que unía las vidas de Cuervo y Conejo, un nexo: la poesía. Desde su cima, el ave componía poemas mucho más siniestros, oscuros y llenos de belleza, como la muerte precipitada que alimenta a una maravillosa flor. Sin embargo, nunca los leía nadie, no tenía el impacto que quería, a pesar de ser mejor. De entre todas las cosas que odiaba del mundo, aquella era la peor, la razón de que nunca jamás pudiera perdonar a Conejo, quien explotaba su fama, conseguida como toda, de manera incierta y con mucha fortuna, para encasquetar rimas manoseadas y artificiosas, para pervertir el arte. Y todos eran cómplices.
  El triunfo de Conejo cada vez afectaba más al ave. Cada día revisaba las visitas de Conejo Ypunto, viendo impotente cómo aumentaban sus “me gusta”, sus palabras de admiración, ese calor del que él carecía. El odio ya le había hecho cruzar la línea. En secreto, le había enviado cartas, misivas de desprecio y amenaza, pero dudaba que las hubiera leído si quiera. Como siempre ocurría, Conejo tenía más enemigos, gente como él que le odiaba. Ni siquiera en eso era único. Cuervo había contactado con alguno de ellos, buscando asociación, comprensión y apoyo entre otras almas atormentadas por su éxito. Pero no era lo mismo. Los demás haters tenían sus batallas, sus triunfos y su vida. Aparte de despreciarle, no habían alcanzado la cota de encono del ave. Su odio no era tan genuino.
  Mientras, sus poemas seguían sin recibir visitas. Cuervo estaba tibio de rabia.
  -¿Por qué triunfa ese alfeñique? ¿Por qué la fama cuenta más que la virtud? ¿Es este mundo realmente tan injusto? ¿Es así como se recompensa a quienes pervierten y retuercen la belleza?
  Como cada vez que lanzaba preguntas al aire Cuervo, el viento arrancaba de las ramas del tenebroso cedro la respuesta que esperaba.
  -Porque la gente es de ese modo. Porque la inteligencia pierde contra el sentimiento. No es injusto que triunfe el mejor ante el bueno. El fracaso no es sino lo que merecen quienes no hacen nada para evitarlo.
  Cuervo era, poco a poco, consumido.
  Un día, el destino quiso que los caminos de las dos almas separadas se cruzasen. Conejo paseaba por el bosque de manera relajada, disfrutando de los placeres de la tranquilidad que aquella zona que casi nadie visitaba le ofrecía, cuando Cuervo le vio desde su alta rama.
  -¡Ah! Cuánta paz… ¡qué sosiego! La vida de estrella es una maravilla, pero a veces a uno le sienta bien un poco de soledad para disfrutar de sí mismo. ¡Eureka! Creo que ya tengo tema para mi siguiente éxito.
  Por la mente de Cuervo cruzaron menos pensamientos que imágenes ante sus ojos rojos. El hormigueo incapaz en su pico y en su barriga y el rubor en una mitad de su cara asfixiaron sus ideas por completo. Si alguien puso un pensamiento en su mente, ese fue el árbol.
  -Hazlo.
  Una pluma negra se desprendió de su cuerpo cuando el ave bajó en picado. En un segundo, Cuervo se abalanzó sobre Conejo, aprisionando con sus garras el cuerpo del roedor, aplastando su espalda contra el suelo. Los ojos del famoso mostraban un rictus de terror que satisfizo como hacía mucho tiempo nada lo hacía al violentado depredador.
  -Por favor… no lo hagas… ¿no sabes quién soy yo?- lloró Conejo.
  Cuervo emitió un graznido desgarrador. Luego, hundió su pico en el pecho de Conejo primero una vez, luego otra y otra más, dejando expuesto su interior, su aun candente corazón. Aquella sangre se presentó ante sus sentidos como el más dulce néctar que jamás hubiera probado.
  Una vez terminada con la vida que tanto sufrimiento le causaba, Cuervo retornó volando al cobijo de su rama, con su plumaje aun mancillado por dar rienda suelta a sus más bajos instintos.


La noticia de la muerte de Conejo fue una conmoción para todo el bosque. Los animales organizaron un gran funeral y todos lloraron la pérdida del gran poeta, incluso algunos de quienes Cuervo recordaba haber leído críticas. El pájaro, sin embargo, nunca mostró tal respeto. No quería delatarse, pero no era un hipócrita. La muerte del roedor era para él una bocanada de aire, un gusto que habría celebrado aun de no haber sido suya la mano ejecutora. Además, su obra no había acabado.
  Cuervo se presentó voluntario para dirigir unas palabras al difunto. Su plan era aprovechar su atención para dedicar unos versos tan deslumbrantes que eclipsarían por completo la mediocre obra del muerto. No contento con haberle arrebatado la vida, su próximo paso sería hacer que desapareciera por completo.

- “No es la derrota de la vida,
Es el triunfo de la muerte,
Que a todos de igual modo
Acomete,
Sin importarle posición, rango o fama,
Sin mirar su buenaventura o dicha.
Mientras, a los vivos nos compete
Hacer que se respete la justicia,
Esa que de parcialidad no adolece
Y su mano posa sobre cualquiera
Dándole siempre lo que merece…”

El poema de Cuervo seguía, aprovechando esa necesidad innata de ver aquello que queremos. Cada uno de los presentes interpretaría que de los vivos depende honrar la memoria de quien muere siendo grande. Para el cuervo, Conejo estaba muerto porque lo merecía.
  Hubo aplausos tras la oda y felicitaciones al autor. El entierro continuó como debiera, y ese fue el fin del poeta.
  Se abrió una investigación sobre la muerte de Conejo que no condujo a nada. No había testigos, no había móvil aparente ni sentido. El caso fue explicado como poco más que un siniestro accidente por parte de algún depredador, como si las estrellas debieran ser inmunes al ciclo de la vida, y todo aquello se cerró con tristeza. Cuervo quedó libre y, por primera vez en su vida, ilusionado.
  Pero las cosas no fueron tal como había planeado. La gente pasó de página rápidamente, saltando por encima de su obra. Nadie recordó al autor de la oda que conmovió a los asistentes al entierro de Conejo. Para ellos, Cuervo siguió sin existir. En pocos días, los sucesos fueron barridos como hojas en el viento, y todos siguieron avanzando. De la nada surgió un tal Halcón que ocupó el puesto de Conejo como autor de moda gracias a sus vídeos de acrobacias. Por su parte Cuervo, olvidado, descubrió que era igual de infeliz viendo cómo todos los habitantes del bosque seguían victorias.
  -¿Por qué Búha ha encontrado un trabajo mejor que el mío, si yo era más listo que ella en la academia de aves? ¿Por qué Comadreja sale con tantas damas, si es sólo un cabeza hueca de bonita sonrisa? ¿Por qué Lagarto tiene más dinero que yo, si nunca he hecho nada para lucrarme de manera fraudulenta? Es todo tan injusto…
  Los animales y sus triunfos bailaban ante los torturados ojos de Cuervo. Ahora que por fin había logrado eliminar aquello que más le corroía, habían surgido mil frentes más, y de ningún modo podría solucionarlo todo como con Conejo.
  Mientras tanto, el árbol en que se refugiaba crecía imperceptiblemente, alejándole cada vez más del resto. Pero él no lo veía.
  Tras días de tortura, sus desvelos se vieron recrudecidos cuando de la corteza del cedro brotaron caras. Eran rostros burlones y sonrientes, todos ellos conocidos lejanos, todos ellos almas que habían prosperado arrojando más sombras sobre el dolorido ave, cuyo plumaje había empezado a caerse. Estaban el exitoso Tejón, el popular Comadreja, la inteligente Ardilla, el rápido Lobo, Búha, Lagarto y Halcón, todos ellos mirándole con superioridad infinita… y también estaba Conejo, riendo.
  -Me quitaste la vida -dijo la faz del roedor-. Y aun muerto sigo siendo más recordado que tú.
  Todos los rostros se reían de él, le humillaban. Cuervo hundió su pico en las caras, pero eran sólidas como la corteza de que estaban formadas y no parecían de este mundo, eran inmunes.
  -Cruel cedro… sé lo que eres. Eres la sombra de ellos, el mal que me daña a mí, que no he hecho nada para merecer. Soy el único justiciero, el único que padece en este mundo injusto…
  Y el viento, de nuevo, ofreció su veredicto.
  -Te equivocas. No soy la sombra de ellos, sino que de su sombra yo me alimento. Pero ellos no tienen culpa, ellos viven sus vidas. Si hay alguien a quien deba llamar padre, lo encontrarás en cualquier lago de aguas cristalinas, cuando te asomes a tu reflejo.
  Cuervo guardó silencio. Durante días, el cedro torturó al ave con la visión de la felicidad que él no alcanzaría, hasta que perdió por completo sus plumas.
  Una fría mañana de otoño, cuando el alma del pájaro no podía aguantar más, una rama negra le acarició el cuello, primero con suavidad, después con férrea insistencia. Él ni siquiera se resistió cuando sus garras se alzaron, quedando suspendidas en el aire.
  Y así fue el final de Cuervo, solitario, colgado del cedro. A su funeral no fue nadie. Ningún animal recordó su legado. Sus poemas se perdieron en el tiempo y el olvido, como una flor que se marchita sin haber sido vista por nadie.
  Porque la justicia de parcialidad no adolece, y posa su mano sobre cualquiera, dándole siempre lo que merece.



FIN