lunes, 20 de junio de 2016

El Cristal Carmesí

¿Le has matado?
- ¿Por qué mató a su marido?
  ¿Estás muerta?
- ¿Lo hizo?
  La chica abrió los ojos. La súbita luz inundó sus pupilas como un vaso de agua que rebosa, cegándola absolutamente.
- ¿Sabe cómo se llama?
  La voz procedía de su derecha, de un hombre. Había 3 personas más, pero era incapaz de distinguir el rostro de ninguno debido a la excesiva luz. Notaba los baches que superaba la camilla conforme se movía.
- Alba. Alba Soler.
- ¿Sabe lo que ha pasado? ¿Sabe dónde está?- De nuevo, la misma voz.
  Alba negó con dificultad. Tenía el cuello inmovilizado, probablemente por un collarín.
- ¿Por qué le mató?
  Alba trató de escudriñar a su interlocutor a través de la luz, pero resultó ser un esfuerzo fútil. Su voz le sonaba.
- No he matado a nadie…
  Tras aquellas palabras, cayó en un sueño profundo.

La música golpeó sus oídos, repentina como una lluvia de verano. A Little Less Conversation, de Elvis, una de las canciones favoritas de su marido. A pesar de oírse con interferencias, pudo reconocerla perfectamente.
  Alba entreabrió los ojos. Estaba en una habitación completamente blanca, sin un solo ornamento. La única ventana por la que se colaba una luz clara daba a la fachada del edificio de al lado. No había muebles, a excepción de su camilla, la mesilla de al lado sobre la que reposaban algunos objetos, como una lámpara y la radio, y una silla de metal desde la que un hombre ataviado con bata blanca le observaba. El aparente doctor se encorvó hasta apagar el transmisor.
- Disculpe, a veces se enciende sola. Lamento que le haya despertado.
  Alba tragó saliva y parpadeó con lentitud. Tenía la garganta seca y dolorida, y estaba parcialmente inmovilizada, tanto el cuello como su brazo izquierdo escayolado.
- Soy el doctor Christian- se presentó el médico.
  Alba le reconoció por la voz. Era el mismo que la había llevado hasta allí. Descubrió que no sólo la voz le resultaba familiar, sino también su aspecto. A pesar de estar sentado, se apreciaba perfectamente que era alto, de más de metro ochenta, tenía perilla y un pelo marrón que empezaba a volverse gris por algunas zonas, con un rostro cuadrado y atractivo. A pesar de sus esfuerzos, Alba no consiguió recordar dónde le había visto antes.
- ¿Dónde…?- comenzó la chica.
- Esto es un hospital. ¿Cómo se encuentra?
  Alba se lamió los labios.
- Tengo sed, y… me duele la nariz.
  Te arde la nariz. Te aprieta, te molesta, te impide respirar.
  El doctor Christian apuntó algunas cosas en su libreta.
- ¿Sabe por qué está aquí?
- No…
  Más apuntes, esta vez algo más largos. Una vez acabado, el doctor apretó el extremo de su bolígrafo, escondiendo la punta.
- Una última pregunta, ¿por qué mató a su marido?
  Alba tardó unos segundos en asimilar la acusación.
  ¿Por qué…?
- No lo sé. Es decir, yo no he matado a nadie.
  Christian asintió. Después, se levantó de su silla y se dirigió a la puerta.
- Procure descansar- dijo, antes de dejar a la mujer sola.

 La oscuridad es total. No ves nada. No sientes nada. Estás suspendida en un tarro de cristal lleno de agua. Se va llenando poco a poco, gota a gota, lágrima a lágrima…
  Alba abrió los ojos. La oscuridad era completa. Alguien había corrido las cortinas de la ventana. La oscuridad era infinita. La chica intentó incorporarse en su cama, encontrar una posición más cómoda, pero le resultó imposible. El cojín era tan blando que apenas lo sentía, y casi no se podía mover.
  Por Dios, Alba, ¿qué has hecho?
  La oscuridad era inexpugnable. La chica trató de sosegarse, de encontrar de nuevo el sueño y la paz. Gotas. El sonido de un goteo constante, como de un grifo, luchó junto al dolor para alejarla de sus sueños.
  No recuerdo ningún grifo cerca. No recuerdo nada de lo que pueda venir ese sonido.
  La chica intentó encontrar el sueño durante varios minutos, sin éxito. El sonido era un repiqueteo constante y molesto.
  Finalmente, con esfuerzo buscó a ciegas el interruptor de la lámpara. La oscuridad era opresora. Y entonces, se hizo la luz.
  Alba miró a su alrededor, difícil empresa sin mover el cuello. En la semipenumbra, no descubrió nada distinto a lo que había visto por el día. Decidió tumbarse.
  El techo era blanco, como las paredes. Por eso pudo verlo sin problemas. Una mancha oscura, justo encima de su cabeza, como una gotera de otro color.
  Qué extraña humedad. Casi parece… roja.
  El sonido de goteo volvió de nuevo. Alba vio un reflejo cruzar ante sus ojos, luego otro. Gotas carmesí volaban delante de ella. La chica trató de agarrar una con la mano. El líquido chocó y se deshizo como la tinta en su palma, y ella se lo llevó ante los ojos.
  Sangre.
  Sin duda era sangre. Su sangre. Y estaba ascendiendo hacia el techo, en donde alimentaba la mancha, cada vez mayor.
  Alba se incorporó bruscamente, con un sonoro crujido de cuello.
  La radio prendió, como si la estuviese esperando, y Elvis trató de ahogar sus gritos.
- ¡Socorro! ¡Socorro!
  Pocos segundos pasaron antes de que el doctor Christian apareciera con la misma bata blanca, con el mismo pelo cano. Demasiado pocos. El hombre encendió la luz y apagó la radio.
- ¿Qué sucede?
  Alba se recostó para mirar al techo.
  Nada.
  La mancha había desaparecido. La chica se tocó las cejas, el lugar de dónde creía procedía la sangre. Nada.
  Estás loca.
  El doctor Christian la guio con las manos hasta encontrarle una posición adecuada.
- Es normal experimentar miedos irracionales en su situación. Procure descansar.
  Alba consintió la ayuda. Se encontraba débil, sin fuerzas, dolorida y sedienta.
- Por cierto, señora Solar, ¿por qué mató a su marido?
  Alba miró a Christian súbitamente. El hombre seguía clavando en ella sus fríos ojos azules, sin ningún tipo de emoción.
- Yo no maté a mi marido.
  El doctor Christian apagó la luz de la mesilla y se levantó. A pesar de verlo desde el rabillo del ojo, Alba creyó que el hombre se alejaba andando hacia atrás. Luego, apagó la otra luz.
  La oscuridad…

“A little less conversation, a little more action please,
All this aggravation aint´t satisfactioning me…”
  Maldita radio.
  Alba abrió los ojos de nuevo. La luz tenue ya iluminaba su cuarto. El techo estaba limpio otra vez, lo cual la alivió.
  Con calma, la muchacha trató de ordenar sus pensamientos. No recordaba nada de lo que había pasado antes de entrar en el hospital.
  Tu marido te quería.
  Las palabras, que acudieron a su mente desde la nada, la hicieron sentir triste. ¿De verdad era posible que le hubiese matado? Respiró profundamente por la boca. Apenas lograba que pasara aire por su nariz.
  Una fiesta. Estabais en una fiesta.
  El pensamiento fue tan repentino que dudó de si se trataba de un susurro. Era cierto, creía, hasta cierto punto. Había ido a una fiesta con su esposo.
  ¿Qué esposo? ¿Cómo era?
- Traidor…
  La chica se convulsionó, tratando de alejar los pensamientos confusos. Le dolía la cabeza, probablemente por algún golpe. Se pasó la mano por el pelo, para masajearse las sienes y calmar sus ideas. Lo tenía sucio y pegajoso. Se dio cuenta de que no sabía qué aspecto tendría, pero sería horrible.
  ¿Cuánto llevas sin ducharte?
  Alba se mesó un mechón de pelo. Antes de soltarlo, un grueso se desprendió, muy cerca de su frente. La chica se contempló la mano. Allí estaba su guedeja castaña, oscurecida y apelmazada, colgando de su palma. En uno de sus extremos, una costra roja y sanguinolenta goteaba sobre su regazo.
- ¡Doctor! ¡Doctor!
  El doctor Christian volvió a entrar con inusitada prontitud. El médico caminó hasta la radio y la apagó con calma.
- ¿Le gusta esa emisora?
  Alba ni siquiera prestó atención a la pregunta.
- Doctor, mire.
  La chica le enseñó el mechón de pelo. Pero no era igual. El pelo estaba limpio, y no tenía aquella costra desagradable. Christian la miró impasible.
- Arrancarse el pelo es un síntoma común en gente que ha hecho lo que usted. Pero no debe ceder a sus instintos.
  Alba le miró, extrañada.
- ¿Hecho?
  ¿Qué he hecho?
- Debe estar tranquila. Esta tarde vendrán a aclarar las cosas. Mientras tanto, descanse.
- ¿Qué es lo que hice?
- No es de mi competencia juzgarle. Descanse, mientras tanto. Esta tarde vendrán a aclarar las cosas. Tranquila debe estar.
  Alba volvió a recostarse. Se sentía, de nuevo, agotada hasta la extenuación. Estaba claro que había sufrido alguna especie de traumatismo, probablemente sufriera los efectos del estrés. Tenía razón. Tenía que calmarse.
  ¿Cuánto llevas sin beber?
- ¿Me trae un vaso de agua?
- Le daré lo que merezca- respondió el médico con frialdad.
  No te lo mereces.
  Esta vez, inequívocamente, el doctor Christian se levantó y se marchó de la habitación andando hacia atrás. El sonido de sus playeras en el suelo rebotaba en sentido inverso, como si se tratara de una cinta siendo rebobinada.

La mañana fue larga y aburrida. Alba alternó momento de lucidez con momentos de somnolencia superflua. Trataba de recordar, pero a veces le pitaban los oídos. Al principio levemente, después más alto.
  No importa. Piensa, ¿qué pasó?
  Trató de recordar nuevamente. ¿Qué había sucedido el día anterior? ¿Cómo había llegado allí? Cuanto más se esforzaba, más se frustraba. El dolor de su nariz aumentaba, y el de su cabeza. Recordaba el sabor de la fiesta, a alcohol, a risas, pero también a tristeza. Aquello era como chocar contra un muro. Al principio de manera imperceptible, hasta que finalmente lo cubrió todo, el pitido de su cabeza creció, ganó tamaño e intensidad, volumen, hasta aprisionarlo todo a su alrededor. Con dolor, apretó los ojos. Era casi como un claxon. Un sonido constante y violento, sentía como si su cerebro sangrara…
- ¿Señora Soler?
  El pitido desapareció.
  El doctor Christian estaba delante de suya. Su ropa había cambiado, pero era él sin duda. Misma barba, mismo pelo cano, mismos ojos azulados. En lugar de la bata blanca, ahora llevaba una gabardina oscura que le llegaba hasta las rodillas.
- ¿Sí?
- Agente Clar, de la nacional. Quería hacerle una pregunta.
  Alba le miró con ojos vidriosos. El agente especial tenía idéntica mirada, el mismo pelo, la misma estatura.
  Es imposible.
- Es imposible- dijo ella en voz alta.
  El agente Clar ignoró el comentario.
- Señora Soler, le prometo que esto será mejor para todos si colabora. Dígame, ¿qué fue lo que pasó?
  Eso es. ¿Qué pasó?
- Yo no… yo… no lo sé. No lo recuerdo.
  No lo quieres recordar.
- Señora Soler, por favor, responda.- El agente Clar se encumbró sobre ella-. ¿Por qué mató a su marido?
- Yo no…
- Eso. ¿Por qué me mataste?
  Al principio, Alba creyó que la voz procedía de su cabeza. No era así. La frase era grave, distorsionada y sucia, como naciente de una boca llena de barro. Y venía de su derecha.
  Alba se volví con dificultad, dando la espalda al investigador. Una mirada muerta le devolvió la suya. Ante ella, encontró una cara deformada, destrozada, abierta por la mitad. Aquel rostro era un amasijo de carne y huesos irreconocible, a excepción de la dentadura expuesta y sanguinolenta de la que escapaba parte de la lengua entre las piezas. El cadáver estaba tumbado a su lado, a lo largo de la camilla. Casi podía sentir el frío de su cuerpo.
- ¿Por qué, Alba?- repitió el muerto, y una ola de sangre y dientes machacados se escapó de sus torturados labios.
  Alba chilló como nunca antes había hecho. La chica empezó a convulsionarse, apartándose del muerto con vehemencia, hasta que dos brazos fuertes la sujetaron.
- Tranquila. Necesitas descansar- dijo la voz de Clar, ¿o era la de Christian?
  La chica se debatió, peleó cuanto pudo, trató de zafarse de la prensa para alejarse del muerto. El pitido volvió a su cabeza, aquel claxon vehemente y furioso, ensordecedor. Respondía con repugnancia cada vez que rozaba el cuerpo del cadáver parlante.
  No le ven.
- No hay nadie más aquí- dijo el hombre.
- Yo no he dicho nada…- lloró Alba-. Por favor, dejadme…
  Jajajaja. Debiste haberlo pensado antes.
- Tranquila.- Esta vez, la voz de su captor resultó mucho más suave y serena-. Necesitas descansar.
  Poco a poco, las sombras volvieron a adueñarse de la mente de la joven. 

Alba despertó. De nuevo, esa negra oscuridad.
  Queda poco. Ya vienen.
  La chica estaba confusa y mareada. Gradualmente, los últimos acontecimientos volvieron a su mente. Un sentimiento de terror embargó su cuerpo por completo. El cadáver… o lo que fuera, podía seguir allí, silencioso, guarecido por las sombras. Intentó no moverse. Casi ni respiró para ello. Cualquier roce sería horrible, y más a ciegas.
  Es la consecuencia lógica de tus actos, ¿no crees?
  Alba empezó a llorar. Las lágrimas brotaron ácidas desde sus ojos, resbalaron por sus mejillas y se filtraron dentro del collarín de su cuello.
  Súbitamente, “A Little More Conversation” estalló de nuevo en la radio. El corazón de Alba estuvo a punto de colapsar. La joven buscó la luz a tientas, la prendió y cogió la radio. Se descubrió a sí misma sola en la habitación, con alivio.
- ¡Radio del demonio!
  La chica apretó con fuerza el botón de apagado, pero no funcionó. La música seguía sonando. Con dedos nerviosos, buscó la apertura para las pilas.
- Vamos, vamos…
  A pesar de contar con una sola mano, consiguió abrirla. Nada. El espacio para la batería estaba vacío.
  Alba arrojó el objeto con toda su fuerza contra el suelo, en un acceso de rabia. La radio estalló en mil pedazos, esparciendo fragmentos de plástico por todos lados. Era imposible que siguiera sonando. Y, sin embargo, la canción no cesaba.
  No viene de la radio.
- No viene de la radio… ¡me están torturando!
  De repente, una idea fugaz acudió a su mente. Una idea cruel y perversa. Una que lo explicaba todo.
- ¡Me están torturando! La música, el doctor cambiando de ropa, el cadáver… ¡todo es un montaje! Alguien quiere hacerme sufrir. ¿Mi marido? ¿Por qué? Traidor…
  Esa idea no tiene sentido. ¿Y la sangre en el techo? ¿Y tu pelo?
- Me están drogando. Es eso. No hay otra posibilidad. Me están drogando y me hacen alucinar.
  Pues, si tan segura estás, vete.
  Alba contempló otras opciones, pero no encontró ninguna otra. Además, el sonido de la música la desconcentraba.
  La chica se levantó de un salto. Estaba descalza, desnuda bajo el camisón, expuesta. Se encontraba débil y mareada. El brazo, no lo sentía. No podía mover el cuello. No podía respirar más que por la boca.
- Tengo que escapar.
  Con paso trémulo, la chica salió de la habitación. Se encontró con un largo pasillo oscuro, inerte como todo lo demás. No había nada en las paredes. No había máquinas, recibidor o camillas. No había ninguna cosa ni nadie. Más que un hospital, aquello parecía un almacén abandonado.
- Me han engañado…
  Alguien te engaña. Pero eres tú.
  Alba caminó por el pasillo. Siguió sin cruzarse con ningún alma, sin ver nada. Sólo aquella tenue oscuridad.   
  De repente, su cabeza volvió a activarse. Aquel terrible claxon se unió a la música reiterativa.
- ¿Señora Soler?
  La voz del médico, llamándola desde su espalda, la sobresaltó aun más. La figura del hombre se contorneaba en el otro extremo del pasillo. Alba comenzó a correr.
  Corre.
- ¡Corre!- gritó el médico. Su voz había cambiado de tono, una octava más aguda.
  Alba corrió por el pasillo, chapoteando. En la negrura no se había percatado, pero el suelo estaba encharcado. O quizás acaba de volverse así. El claxon y la música la acosaban, como bestias de caza. Se descubrió a sí misma empapada, también por la cabeza.
  Al final del corredor, encontró una puerta de emergencia. Trató de forzarla sin éxito. Estaba cerrada.
- Tranquila.- El médico había avanzado peligrosamente-. Tienes que descansar.
  Alba tiró de la puerta con todas sus fuerzas, pero nada ocurrió. El doctor la alcanzó demasiado pronto, y ambos empezaron a forcejear.
- Tranquila… tranquila…
  La voz del hombre había cambiado por completo, casi parecía la de una mujer…
  La música la acuciaba. El claxon había invadido sus sentidos por completo. Y ella sólo se resistía y debatía, con su cuerpo entumecido, empapado, dolorido.
- Cálmate…
  Cálmate.
- Cálmate…
  Cálmate.
- ¡Nooo…!

Alba abrió los ojos. Estaba en un espacio opresivo, cabeza abajo. Unas luces azules que parpadeaban envolvían su cuerpo. En el exterior, llovia.
- ¡Tranquilícese!- dijo una voz a su lado.
  Alba se giró. Se trataba de una chica joven con coleta y un traje naranja. Era una operaria del SAMUR.
- ¿Qué…?
  Alba miró a su alrededor. El volante estaba lleno de sangre, con un hilo que se juntaba con su nariz. El parabrisas también estaba empapado del rojo líquido, encharcándose con la sangre que le salía de la cabeza. Por suerte, el cinturón de seguridad había impedido que saliera despedida. La música de Elvis, el cantante favorito de su marido, aún sonaba en la radio, a la vez que el molesto claxon de su coche, activado por algún fallo de seguridad.
- ¡Calmese, la vamos a ayudar!- insistió la chica del SAMUR, haciéndose oír por encima del estruendo y la lluvia.
  Alba seguía confundida y desorientada. Las gotas se colaban por la puerta abierta, empapándola por completo. Miró a su derecha. Tuvo que reprimir un grito.
  Allí estaba su marido. Pero, al mismo tiempo, ya no estaba. Tendido en el asiento del copiloto, los rasgos del hombre habían quedado completamente desdibujados. Ya nada quedaba de su perilla. Apenas se distinguían sus ojos azules. Tan sólo una máscara sangrante y deformada, sangre que se comía el resto de su cabeza incipientemente cana. Alba gritó.
  Tras unos minutos de intentos, finalmente los equipos de seguridad consiguieron sacar a la mujer del coche. Los médicos la trataron de manera eficaz, vendando sus heridas, inmovilizando su cuello y poniéndole un cabestrillo en su brazo izquierdo, inutilizado por el accidente.
  Ya está.
  Dentro de la ambulancia, pasó un tiempo a solas con sus ideas, hasta que un hombre algo mayor que ella, con barba mal afeitada y medio calvo, se acercó a ella, visiblemente malhumorado.
- Agente Rodolfo Sanchís, especialista en homicidios- se presentó con un deje de desgana-. Dígame, ¿qué ha pasado?
  Alba cogió aliento.
- Salimos de una fiesta, mi marido y yo. Habíamos bebido los dos. Yo conduje y tuvimos un accidente.- Las palabras escaparon de su boca de carrerilla. Aun no se acordaba de todo, pero sabía que era verdad-. Yo le quería… le quería tanto y… me siento tan culpable…
  Rodolfo lo apuntó todo en una libreta que sacó de su bolsillo.
- Típico- respondió el hombre de manera grosera-. Muy bien. Eso es todo.
  El inspector salió del vehículo.
  A solas de nuevo, Alba miró a su alrededor, a todos aquellos aparatos que la rodeaban, máquinas parpadeantes que pitaban.
  Ya está. Se acabó todo. Todo.
  Alba cogió aire profundamente por la boca.
- Puta lluvia…- oyó decir al inspector Sanchís, en el exterior.
  De repente, un policía joven pasó junto a la puerta abierta de la ambulancia. El chico le lanzó una mirada de soslayo, turbia y sombría, antes de seguir de largo.
- Señor, hemos encontrado algo… en el maletero- oyó decir al nuevo policía.
- ¿Qué?- La voz del inspector era como un ladrido.
  El policía joven tragó saliva.
- Otro cuerpo. De una mujer. Estaba atada y amordazada.
- Joder…
- Están analizando su móvil. Hay fotos con la otra víctima.
- No me lo digas: se la tiraba.
- Parece ser que eran amantes. Sí.
- Joder, joder…
  Dentro de la ambulancia, Alba Soler se mantuvo callada, observando el manto de lluvia desde el interior del vehículo. Las luces de los coches de policía y de los vehículos de seguridad eran como fuegos artificiales ante su distante mirada.
  ¿Por qué le mataste?
  Alba esbozó una sonrisa dolida, mientras regaba su mejilla una lágrima solitaria.
- Porque le quería.

FIN