martes, 14 de abril de 2015

La Persona de su Vida

-Pst, ¡oye! ¡Eh! Despierta…
  Martina abrió los ojos, pero no reconoció el lugar donde estaba. Se trataba en una cámara vertiginosamente amplia, rodeada de diversas estatuas de imponente porte que parecían mirarla con suspicacia. Todas eran grandes, adustas, severas y poderosas y, a pesar de que sus facciones estaban perfiladas en un negro tan profundo que las hacía irreconocibles, por su forma se dio cuenta de que todas eran mujeres.
- ¿Quién ha dicho eso?- preguntó la chica.
- Pst, ¡oye! Aquí.
    La chica se revolvió en el pétreo suelo hasta dar con la fuente del sonido. Tendida entre un montón de escombros de piedra, yacía una pequeña águila del tamaño de un ratón.
  Martina reprimió un quejido.  
- ¿Qué sitio es este?- preguntó la chica desde lejos.
- ¿No lo sabes? Ayúdame niña.
- No sé si podré. Nunca me han gustado los pájaros.
- ¿Y eso?
- Desde niña. Se puede decir que me dais pavor. Y encima uno que habla…
- Ya, bueno. Pues perdona, pero esta vez vas a tener que tragártelo y colaborar o nunca podremos salir de aquí.
  Martina se incorporó para ir hasta donde estaba el águila. En cuanto se levantó, las esculturas reaccionaron alzando sus armas y poniéndose en guardia.
- Tranquila- dijo el ave, advirtiendo su miedo-. No te harán nada si no las atacas. Sólo son precavidas.
- De acuerdo. No me has dicho qué lugar es este.
- Mira a tus pies, niña. Es un tablero.
  La chica obedeció. Efectivamente, el piso estaba dividido en secciones de cuadrados negros y blancos, asociados en diagonal. Cada estatua ocupaba una de aquellas delimitaciones.
- ¿Cómo uno de ajedrez?
- Algo así.
- No sé cómo he llegado aquí. Ni cómo puede existir algo así. Ni tampoco quién eres tú.
- Bueno, a eso último te puedo contestar- dijo el águila-. Soy una pieza de tu bando. La última, en realidad. Vamos perdiendo, observa.
  Martina miró alrededor. Más o menos desde la mitad hasta que el enorme tablero acababa de manera abrupta en un abismo, varios montoncitos de piedra ocupaban sendos cuadrados. Por alguna extraña razón, a la chica no le costó demasiado meterse en el papel.
- De acuerdo. ¿Cómo hago para salir de aquí?
- Pues la única manera es derrotar a tu rival, creo yo.
- ¿Qué rival?
- Mira arriba.
  De nuevo, la muchacha accedió. Desde las alturas, un gigante sin rostro yacía con la cabeza hacia delante.  
- Sigo sin comprender nada… ¿qué está pasando? ¿Qué son esas cosas? ¿Y tú?
- Deberías saberlo. O, al menos, tener una cierta idea. Tú eres nuestra reina, siempre lo has sido, la que manda y nos gobierna. ¿No sabes quién puede estar jugando en tu contra?
  La chica miró a las sombras femeninas. Luego, a su rival en el cielo.
- Tengo una idea. ¿Cómo acabo con estas cosas?
- Primero necesitas un arma… ¡mira, allí! En ese montón de piedra. Antes había un caballero muy chulo. Una pena cómo murió. Pero su garrote sigue estando. Cógelo.
  Por tercera vez, Martina hizo lo que le mandaba el pájaro. El arma estaba parcialmente enterrada entre la grava y parecía enorme y pesada. No obstante, para su sorpresa, consiguió levantarla fácilmente con la diestra.
- Vaya…
- ¿Sabes lo que hacer con eso?- preguntó el águila.
- Por supuesto.
  La joven apretó la empuñadura hasta que sus dedos se pusieron blancos. Luego, se lanzó a acabar con las sombrías criaturas. Embriagada por una furia cuya procedencia sólo intuía, comenzó a golpear las esculturas.
  Ágil y liviana, con una facilidad que no se esperaba, se movió entre las sombras, esquivando sus débiles defensas y destrozando los cuerpos con maestría. En pocos minutos, sólo quedaron montañitas negras.
- ¡Bravo! ¡Excelente! Sabía que podíamos confiar en nuestra Reina- graznó el ave.
  De repente, una puerta apareció en el otro lado del tablero. Martina se dirigió a ella.
- ¡Espera!- la detuvo el águila-. ¿No pensarás dejarme aquí?
  Martina gimoteó.
- Vale. Puedes venir. Pero no te acerques mucho, todavía me das “yuyu”.
- Eso debería decirlo yo- opinó el águila. Luego, aleteó hasta ella.
  Martina abrió la puerta. A pesar de que había aparecido construida en el aire, cuando la atravesaron se vieron como por arte de magia en otra sala. Aquella nueva habitación parecía el estudio de algún artista, lleno de herramientas, martillos y piquetas, además de un montón de bloques negros como el carbón. Encadenado en un rincón, un chico joven y pálido les miraba con los ojos desorbitados y sus útiles en las manos.
- Tú…- dijo la chica con un suspiro.
- Martina, ¿qué haces aquí?- dijo el joven. En su voz había algo más que sorpresa. Se trataba de miedo.
- ¿Por qué no mejor me dices porqué me estás haciendo esto? Eh, Pedro- se quejó la chica.
- ¿Le conoces?- preguntó el águila.
- Es una larga historia.
  Pedro le miró un instante con sus ojos enormes como dos huevos. Luego, se señaló las cadenas.
- ¿Hacerte yo? ¿No ves que estoy encadenado? Yo sólo esculpo estatuas por obligación.
  Martina observó sus manos, y el cuerpo femenino aún por acabar que se iba formando de la roca.
- Parece que tiene sentido- opinó el águila.
- De acuerdo. Te creeré aunque no lo merezcas- concluyó Martina.
- Mira, una puerta. Por ahí estará el responsable de todo esto- dijo el ave.
  La chica miró en la dirección indicada con el pico. Tras el umbral, un pasadizo llevaba a unas escaleras ascendentes.
- Bueno. Vamos allá- dijo la chica, cargando su maza.
  Pedro retrocedió asustado. Viéndoles pasar, al final consiguió armarse de valor y preguntar.
- ¿Me vas a sacar de aquí?
- Ya veremos- contestó la chica.

El hueco de las escaleras era estrecho y estaba mal iluminado. La chica subió delante, perseguida por el persistente viento que el águila creaba con sus alas.
- ¿Quién era ese?- preguntó.
- Era... mi ex.
- ¿Ex?
- Exnovio. Ya sabes… salíamos juntos, hablábamos de todo, nos consolábamos y nos ayudábamos, estábamos apoyándonos en los malos momentos… hasta que me dejó.
- ¡Ah! Una pareja más.
- No. No una más. Lo era todo para mí. Era el hombre de mi vida.
- ¿“El hombre de tu vida”? Perdona mi ignorancia, pero sólo soy un pájaro. Hay algunas cosas que no entiendo de los humanos. ¿Qué es "el hombre de tu vida"?
- Pues es… la persona más especial de tu vida. Aquella por la que lo darías todo, aquella sin la cual no puedes vivir. Ella es el principio de tus mañanas y el final de tus noches, lo más importante que tienes… alguien a quien nunca dejarás de querer. 
- Vaya. Qué putada.
- No. No lo es. Cuando estás con esa persona especial eres el ser más feliz del planeta, puedes con todo. Te da energía y vida, mueve tu mundo.
- ¿Y cuándo no estás con él?
- Pues… cuando no estáis juntos, no- dijo Martina con tristeza.
- Vaya… pues yo no querría tener una persona así ni loco.
  Martina se dijo que no le entendía, que eran conceptos muy complicados para el cerebro de un pájaro. Luego, se detuvo un instante a pensar. Cada vez el aire era mayor, y las alas del águila ya casi rozaban las paredes. La chica se preguntó cuándo había crecido tanto. Tragó saliva.
- Y dime, ¿tienes alguna idea de quién puede estar haciendo todo esto?- preguntó el pájaro.
- Sí. Todas esas formas eran de chica, como también estoy segura de que lo era la que nos miraba desde arriba. Creo que el nuevo ligue de Pedro le está utilizando para hacerme daño. Para torturarme- Martina apretó el puño con más fuerza.
- ¿Por qué piensas eso? ¿Conoces a esa persona?
- No. Pero es el único tercero que podría conectarnos a ambos. Esa zorra…
  Los dos aventureros llegaron a una trampilla que se interponía en su camino. La chica la empujó con ansiedad y ambos salieron al piso superior.
  Aquel lugar era un torreón cubierto por una cúpula de vidrio. En su interior había un busto de mujer gigante a medio hacer, mientras que las gotas de lluvia de una terrible tormenta golpeaban el exterior.
- ¡Mira! ¡Allí!- dijo el águila. Su voz se había vuelto mucho más profunda y grave. Martina tuvo miedo de girarse y ver cuán grande se habría vuelto. Trató de calmarse, no le había hecho nada. En algún momento tendría que superar lo de los pájaros. Y ahora tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
  Mirando a través del cristal, una misteriosa encapuchada les daba la espalda. Martina estuvo segura de que se trataba de una mujer por las formas que se adivinaban a través de su túnica. Sujetó la garrota como si fuese un bate de béisbol y se acercó lentamente.
- Se acabó, maldita zorra, seas quién seas. Dime cómo salir de aquí.
- ¿Salir?- repitió un eco extraño. La chica se volvió y se quitó la capucha.
- No puede ser- le dijo Martina a su imagen especular.
  La chica que tenía delante era una copia calcada de ella: su misma melena parda, sus mismos ojos verdes, sus mismos pómulos marcados y su mismo cuerpo de aspecto frágil, con los hombros pequeños. El único detalle que le decía que se trataba de otra persona era el tono de su piel, de un gris apagado enfermizo.
- No puedes salir, no has entrado a ningún sitio- dijo su clon-. Llevo mucho tiempo bombardeándote, resistiendo, tratando de que… no escapara…
- ¿Quién? ¿Pedro?
- ¡Eso!
  De repente, el águila se abalanzó sobre la nueva Martina. Con su enorme pico, rodeó la cabeza de la aparición y dio un tirón seco hasta que la arrancó. Una vez engullido el cráneo, abrió aún más sus fauces hasta sujetar los hombros de la joven y, de un trago, la deglutió por completo. Como si hubieran pasado años en un segundo, el ave creció hasta doblar su tamaño. Bien podría medir lo mismo que un elefante.
- Muchas gracias, niña idiota. Sin tu ayuda no lo habría conseguido- rio el monstruo.
- Qué te lo has creído.
  La chica saltó sobre el ave, blandiendo su garrote. Con un golpe de ala, el águila detuvo el avance de la joven para después, con su poderoso pico, partir el arma por la mitad.
  El pájaro fue hasta la trampilla.
- ¿A dónde vas?- preguntó Martina.
- ¿Tú qué crees? A comerme a tu amado, a hacerme más poderoso. Destruiré todo lo que fue, todo lo que significó para ti. Perderás su recuerdo. Los dos ganaremos, ¿no te parece?
  Comerse a Pedro… el recuerdo que le amargaba, la pena que jamás se iba. Su imagen le había impedido dormir bien, le había robado el apetito y las ganas de vivir. La duda de lo que habría podido ser y no fue le había asfixiado desde entonces, y la rabia porque otra pudiera estar llevándose esos momentos la oprimía el pecho como una armadura de una talla que no le correspondía. Vivir toda su vida así la atemorizaba más que nada en el mundo y eliminar a Pedro era llevarse todo eso… pero también su memoria, los buenos momentos que pasaron. Lo que aprendieron juntos, lo que disfrutaron, lo que rieron, vivieron y lo que sintió estando a su lado... y lo que dejó dentro de ella.   
- No. No harás tal cosa.
  El pájaro gigante la repasó con sus enormes ojos amarillos.
- No me hagas reír. ¿Cómo piensas detenerme?
-Ya sé quién eres, Miedo.
  El águila pareció sorprenderse un instante. Sin embargo, se repuso rápidamente.
- Bueno. Conoces mi nombre, ¿y qué?
- Que ahora lo entiendo todo. Yo estaba equivocada. Y tú cometiste un error.
- ¿Qué error?
- Comerte mi Culpa.
- Y ahora me comeré al hombre de tu vida.
- Él no es el hombre de mi vida, sino de la suya. Al igual que yo soy la mujer de mi vida y de nadie más. El resto, sólo son cuentos infantiles.
  El águila la analizó un instante con su mirada rapaz. De repente, su cuerpo empezó a retorcerse y a hincharse, hasta que pareció un muñeco cuyas costuras estaban a punto de romperse. De su interior comenzó a emanar una luz brillante y cegadora, a la vez que la tensión de su piel aumentaba.
- ¡MALDITA SEA!
  Finalmente, el Miedo explotó, inundando la sala de un blanco que escapaba de la cúpula, iluminando el cielo lluvioso.

Martina abrió los ojos. Esta vez reconoció su cama, las paredes de su habitación, su escritorio… estaba en casa. La chica se desperezó un instante. Se sentía más descansada que en meses.
  Luego, se levantó envuelta en su pijama de terciopelo y caminó hasta la ventana. El sol iluminaba el exterior, las hojas devolvían su reflejo verde y una brisa veraniega cálida acarició sus mejillas. De repente, un par de mirlos se acomodaron en una rama, a escasos centímetros de ella, y empezaron a mesarse las plumas con el pico. Por primera vez en mucho tiempo, la chica sonrió. Hacía un día espléndido y nada ni nadie podría cambiar aquello.

FIN


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