miércoles, 4 de febrero de 2015

El Fin del Rayo de Luz Dorado

El chico abrió los ojos, a pesar de que los acababa de cerrar. Estaba en aquel parque que le era tan familiar, despejado a excepción de los bancos, farolas y restos de un antiguo palacio de otra época. El suelo era marrón, amarillo y naranja de hojarasca, y un azul radiante acaparaba el cielo por completo.
- ¡Vamos, ven!- Oyó tras de sí, seguido de un mote que había escuchado miles de veces.
  Al volverse, allí estaba ella, con su sonrisa sincera, sus ojos chispeantes, su piel marfileña y su pelo, que era como un campo de trigo bañado por el sol. Sin pensárselo, la persiguió.
  Juntos, los dos chicos pasearon, corrieron y jugaron en el parque, al arrullo del canto de las aves salvajes. Ella rio con sus chistes, que solían gustar, y él hizo lo propio con las réplicas que sólo ella le había sabido dar, bromas que nunca recordaría. No la besó, y jamás supo por qué. Sólo trataba de abrazarla, pero ella siempre se escabullía de entre sus brazos. Daba igual.
- Hacía tiempo que no me divertía tanto- dijo él de repente, mientras se paraba a retomar el aliento-. De hecho, mucho tiempo. Demasiado tiempo sin ser así de feliz. ¿Por qué será?
  Ella no dijo nada. En su lugar se sentó de espaldas a él y empezó a juguetear con las hojas muertas del suelo. Su melena le caía desde los hombros como una cascada dorada.
- Mucho tiempo... demasiado... ¿desde cuándo...?- siguió preguntándose.
  Ella siguió sin decir nada, sumida en aquel jugueteo infantil.
  Entonces, súbitamente, lo recordó.
- No me digas que esto es... – dijo, aún en el parque-. Joder...

...despertó solo en su habitación. Buscó alrededor, pero sólo halló el desconsuelo de las paredes en semipenumbra.
- Joder...
  Llevaba meses en el mismo estado. Desde que ella le abandonara, cada noche la encontraba en el rincón más peligroso de su mente, aquel que podía destruirle, y cada mañana despertaba para caer de bruces en el infierno en que se había convertido su vida, como un reo condenado a oír su sentencia eternamente. Los días pasaban como una neblina. Cuando amanecía, ella era lo primero en que pensaba, y su rostro se mantenía ante él en todo cuanto emprendía, en un segundo plano, como una ilusión.
  Poco a poco, la enfermedad del dolor devoraba su espíritu como un cáncer, pero él trataba de ocupar su mente para evitar que sus pensamientos volaran junto a ella. Por eso no paraba, por eso nunca se detenía. El día era su reino, donde enloquecía, pero por las noches no había escapatoria. Se acostaba aterrado, consciente de su castigo, pues era ella también lo último que pensaba al acostarse. No quería dormir, por miedo a despertar.
  Daban igual sus súplicas al cielo, pues cada alba era su agonía. A veces despertaba empapado, otras con lágrimas en los ojos y aún su nombre en los labios. En ocasiones lo hacía aún de madrugada, mucho antes de lo debido se desvelaba y empezaba su eterno movimiento para escapar del martirio. El sufrimiento físico le causaba un momentáneo alivio. Golpear las paredes como una bestia encerrada, gritar hasta notar el sabor amargo del dolor de garganta, arañarse la cara. Caer extenuado, yacer rendido. Pero sólo era instante de paz dentro de su eterna guerra.
  Puesto que una mente es una goma, que puede darse de sí hasta que se estira demasiado y quiebra, al final acabó repentinamente su miseria. El dolor, el cansancio, la falta de sueño, todo ello contribuyó a forjarse un nuevo ser y acabó convertido en muñeco. Sin alma, sin esperanzas ni ilusiones, sobre todo eso. Sólo despertaba, se movía y recargaba de noche. Para dejar de sufrir, dejó de pensar y, por tanto, de sentir. Un autómata que sólo se movía, comía y respiraba por la pura costumbre, sorteando el suicidio, pero sin miedo de caer en él. Su mente destruyó al hombre y pasó a ser otra cosa.
  Tristemente, su dolor acabó. Ahora, tristemente, sigue su camino.

¿Qué son los sueños? ¿Son anhelos, cómo dicen los optimistas? ¿Son recuerdos procesados, como dice la ciencia? ¿Son miedos, como dicen los cobardes que no se atreven a actuar conforme a ellos? No... Los sueños no son más que tortura de una mente culpable que se autodestruye, sólo eso.

FIN
   


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