jueves, 26 de febrero de 2015

El Sendero de Sino

Esta es la historia de un bosque denso, oscuro y amenazador como el futuro. Sus árboles eran gruesos faros de insondable negrura, y el follaje tan espeso y nubloso que ni los más diestros adivinos pudieron jamás ahondar en sus secretos con éxito.
  Permanece escondida en el corazón de esta foresta, como una gota de agua engullida en un charco de aceite, la aldea de Vadimonium. Los habitantes son gente tranquila y pacífica, de bajas pasiones y nulas aspiraciones, cuyo único cometido en la vida es el mismo que el de las piezas de un reloj: hacer que su estructura funcione. Hay herreros, panaderos, médicos y barberos; labradores, granjeros y amas de casa que paren y crían a sus hijos; hombres y mujeres felizmente casados que sólo buscan complacer a su esposa o marido y aprovechar sus enseñanzas para inculcar las raíces de una vida plácida y sin conflictos.
  Los aldeanos de Vadimonium están conformes con su destino, así que en nada se inmiscuyen en el espeso bosque que les rodea. Bien podrían permanecer al margen de la escasa influencia que el intranquilo murmullo de sus ramas hace para recordarles lo insondable, excepto por una ranura por la que la duda se interna. Existe un paso, una senda a medio ocultar entre los enormes muros arbóreos. Es al menos tan oscura como el resto del bosque, pero lo suficientemente amplia para que una persona se pueda adentrar en ella. Los viejos del lugar la bautizaron hace tiempo como el Sendero de Sino. Algunos jóvenes, los más temerarios y aguerridos, en su osadía retaron a las fuerzas de lo desconocido y se adentraron en el camino con valentía. La mayoría, al poco de intentarlo, volvieron sanguinolentos y magullados, heridos tanto en cuerpo como en espíritu. Ninguno quiso contar luego lo que aquel camino ocultaba que les hubiera derrotado. No obstante, unos pocos que partieron nunca regresaron, y su paradero era un misterio.
  -¡Yo también atravesaré el sendero! – decía siempre Gayo, uno de los niños de la aldea.
  -No digas tonterías -le reprendía a menudo su padre, un humilde granjero-. Cruzarlo es un peligro vacío de sentido, tan temerario como innecesario. Aquí tienes tu vida y tu familia: crecerás bajo esta protección, encontrarás un trabajo honrado y te casarás con una buena chica para que juntos criéis unos niñitos preciosos que continúen tu legado cuando se te lleve la vejez. Hazme caso. Es lo mejor.
  Gayo atendía, pero rara vez hacía caso. En verdad la vida que le ofrecía su familia era buena… para otros. Ciego de inquietud y acuciado por el ansia, lo que su corazón anhelaba era algo muy distinto a aquello. Aventura y magia. Porque su realidad no era suficiente, ansiaba más.
  -No te lo aconsejo -le dijo Ensotas, su fiel amigo-. Mi hermano Tremos una vez tuvo el mismo sueño, lo intentó, y él no tuvo la suerte de fracasar como otros. Siguió recorriendo el sendero más allá del punto en el que vuelven los Rendidos, y nadie ha vuelto a verle nunca más.
  Gayo veía razón en las palabras de su amigo. Para el pueblo era tabú hablar de ello, ya que aquellos que regresaban del sendero habían dado la espalda a su protección por cuenta y riesgo, adentrándose en lo desconocido a pesar de las advertencias. Era visto como justicia su desdichada vuelta, así que pocos eran quien se interesaban por ellos. Aún con todo, quienes preguntaban, obtenían siempre la misma respuesta.
  -No diré nada sobre el Sendero de Sino. Si crees en tu fuerza, eres libre de intentar recorrerlo y  encontrar respuesta a la incertidumbre. Cuídate de fracasar, o sufrirás la misma suerte que la mía: la condena de la vergüenza.
  Pero la voz de los Rendidos no fue suficiente para apagar su fuego, y un buen día Gayo decidió dejar atrás cuanto había acumulado en Vadimonium y adentrarse de lleno en el Sendero de Sino.
  El camino resultaba angosto y dificultoso, tal como había previsto. El trayecto era una serpiente sinuosa y empinada, y el suelo estaba lleno de pulidas piedras invisibles cubiertas de un resbaladizo musgo verde. En varias ocasiones Gayo se dio de bruces contra el suelo, y sólo con su voluntad fue capaz de encumbrarse de nuevo y seguir andando.
  Amoratado, dolorido, cubierto de suciedad y de su propia sangre, llegó el chico a un punto donde se cortaba el paso. Ahogó un grito. Verdes ramas entretejidas, desde cuya superficie siniestras púas cruzadas en todas direcciones se interponían en su camino. Las vestiduras rasgadas de quienes osaron enfrentarse a ellas eran ya una costra colgante, y la punta de las afiladas estaban teñidas de una roja advertencia para quienes pensaran volver a ponerlas a prueba.
  Gayo buscó alrededor alternativas, algún atajo que le llevara al otro lado, pero nada había: sólo aquel muro de lanzas asesinas.
  -Verdaderamente da miedo. No sé si podré salir de esta trampa una vez me interne dentro. Pero sabía de antemano que no sería fácil, y ya que he llegado hasta aquí, no podría perdonarme no intentarlo. Es todo o nada -pensó Gayo.
  El joven se sumergió de lleno en las púas. Y sangró. Y lloró. Y gritó con furia. A cada paso que daba, su piel más se enganchaba en los dolorosos clavos. Como aguijones las plantas se clavaban en su cuerpo, en los tobillos cuando andaba, en el pecho cuando respiraba, en los ojos cuando miraba, bajo las uñas y en las plantas de los pies. Gayo intentaba zafarse del doloroso abrazo, pero era inútil pues cuanto más se internaba, el matorral era más espeso. No veía la salida, no concebía la distancia hasta escapar de la tortura. En muchas ocasiones se planteó dar la vuelta, no sabía cuánto le quedaba por andar, y seguro sería más fácil retroceder en lo recorrido… sólo su anhelo lo guiaba. Porque aunque no pudiera ver su meta, la sentía dentro, y morir persiguiéndola siempre sería mejor que renunciar a ella.
  Repentino como el aire en los pulmones de quien casi se ahoga, extenuado de pesar y dolor, Gayo salió del laberinto de espinas. Y se sintió libre, feliz y completo. Y notó cómo el dolor se desvanecía de su cuerpo, como agua tibia y sanadora recorriendo su piel. Cerró los ojos y se tumbó. Ya no había daño, miedo o pena. Sus heridas se cerraban y cicatrizaban rápidamente, hasta que al final no sintió nada, tan sólo paz…
  -¿Estás bien, nuevo? -Gayo escuchó una voz cercana.
  Cuando abrió los ojos, el chico se encontró con un anciano que le observaba desde las alturas.   
  -Lo llamamos: Recompensa, ¿sabes? -siguió hablando el extraño, con una sonrisa en el rostro.
  Gayo se levantó, recuperado por completo.
  -¿Quién eres?
  -Soy tú. O, por lo menos, lo mismo que tú: un antiguo aldeano de Vadimonium.
  Por primera vez, Gayo se fijó en el lugar al que acababa de llegar. En verdad era un palacio, de paredes níveas y relucientes como el más puro de los marfiles; enormes vidrieras de más colores de los que se hubiera podido imaginar jamás el chico proyectaban floridas iridiscencias sobre las montañas de oro y joyas que se amontonaban por doquier. Entre lujosas estatuas y cuadros de tan incalculable belleza que quitaban el aliento, otros ancianos contemplaban al recién llegado con el mismo aire aprobatorio.
  -¿Todos sois de Vadimonium?
  -En efecto. Todos nosotros fuimos capaces de enfrentar nuestros miedos y el dolor de la Encrucijada de Espinas y llegar a donde estás ahora: el Castillo de los Sueños, donde cuanto deseas se hace realidad. Al pasar la prueba, te has ganado el derecho a estar entre nosotros, Gayo.
  -¿Cómo sabes mi nombre?
  -Porque mi deseo es el conocimiento. Tú puedes alcanzar el que gustes: riquezas, amor, placer, fama… ¡todo lo que es posible está aquí, entre estos muros!
  Gayo se dejó llevar. Poder, éxito, pasión… ¡cuánto quisiera a su alcance! Sólo tenía que aprovechar. Observó a su alrededor. Allá donde mirara, los sabios ancianos se regocijaban en su dicha: quienes querían dinero, lo tenían; quienes querían sabiduría, la hallaban; aquellos que buscaban el amor lo encontraban, pero no el amor al uso de quienes se comprometen a pasar la vida juntos, sino aquel pasional, brillante y desbocado como una catarata de diamantes que nunca se extingue ni apacigua, sino que explota cada segundo, como el de los cuentos de hadas… Era, como su nombre bien indicaba, un sueño.
  -¿Qué es lo que quiero? -se dijo el chico-. ¿Qué es lo que más anhelo?
  Las risas de los asistentes llenaban sus oídos. Las brillosas maravillas deslumbraban sus sentidos. Su razón le decía que aquel era el sitio para disfrutar, crecer y… ¿después?
  El joven Gayo abrió los ojos. El único joven…
  -Dime, anciano -comenzó a hablar, refiriéndose a aquel que le había recibido-. ¿Conoces a un tal Tremos?
  Inmediatamente, un gesto de sorpresa cruzó su semblante.
  -Hacía años que nadie usaba ese nombre en mi presencia. Realmente mucho, mucho tiempo desde que nadie hablaba directamente a la persona que fui. ¿Acaso me conoces?
  -No a ti, sino a tu hermano menor. Abandonaste la aldea hace años, pero no tantos como para dar contigo en este estado.
  -El tiempo, parece ser que no avanza de la misma manera entre estos muros -respondió Tremos, mesándose la barba-. A lomos del éxito y la gloria, cabalga mucho más vivaz y liviano por los senderos de la dicha, sin duda. Sin embargo, te aseguro que un solo segundo en este ideal vale más que cualquier vida fuera de aquí.
  Gayo miró a su alrededor de nuevo, esta vez con los ojos analíticos de quién ha salido de un embrujo. Varios cadáveres asomaban entre las fortunas, sonrientes calaveras, tan dichosas en vida, como ahora inertes.
  -Tremos, dime cómo puedo salir de aquí.
  El anciano le miró desorbitado, sin dar crédito a lo que oía.
  -Nadie ha salido de aquí nunca, hasta donde alcanza la memoria del más antiguo de nosotros. Volver hacia atrás por la Encrucijada es absurdo, ¡después de haber conseguido llegar al paraíso en tierra! Además es muy probable que, lejos de este sitio, las heridas que pagar por atravesarlo te mataran. La única posibilidad sería seguir adelante por la puerta Otra
  -Llévame a ella. Te lo ruego.
  Tras encogerse de hombros, Tremos accedió. Condujo al chico por las galerías del Castillo de los Sueños, avanzando por sus prolíficos pasillos, hasta llegar a una zona maravillosa.
  Medía tres metros de alto y estaba enmarcada en una lámina de todos los colores. De su interior brotaba una luz lívida y refulgente, que sin embargo no cegaba aunque la miraras directamente.
- Es la única salida del castillo, un portal- explico Tremos-. Nadie sabe a dónde lleva, nadie se ha arriesgado a cruzarlo. No tiene nombre, pues nunca nos referimos a él. Algunos ni siquiera saben que existe.
  Gayo lo contempló fijamente. La luz describía ondas como las aguas de un estanque. Parecía que no era tan sólida como para no poder atravesarla.
  -Piénsalo bien, muchacho. Una vez te hayas decidido, es muy posible que no haya forma de volver.
  Gayo repasó las palabras. Quedarse allí era en verdad un sueño, ser feliz por siempre, conseguir cuanto quisiera hasta el último día en que muriera, pero… ¿qué quería él en realidad? Y ahí era donde residía el problema, que no lo sabía, que nunca lo había tenido claro. Cada vez que se imaginaba con algo entre las manos, era etéreo y abstracto. Nunca había sabido responderse a sí mismo más que con niñerías inespecíficas como magia, aventura… y algo más. Y era eso precisamente, lo que le daba la respuesta.
  -Lo he decidido. Mentiría si dijera que no hay nada que quiera entre estos muros, pero desde luego no es lo que anhelo.
  -¿Y qué es eso? ¿Qué es aquello que “cualquier cosa que desees” no puede abarcar?
  Gayo le miró con una sonrisa.
  -Seguir avanzando.
  Dicho esto, el chico anduvo hasta el borde del portal, y después lo atravesó. La luz le hizo paso sin oponer resistencia, y luego le engulló por completo hasta que se volvió parte de ella.
  Nadie supo nunca qué fue de Gayo. Nadie sabe con certeza como vivió, lo que vio, si se arrepintió o dónde acabó. Tal vez la respuesta no importe. Tal vez ni siquiera exista.


“Para crecer en la vida, hay tres enemigos a superar. Primero el miedo, que nos congela y paraliza, que nos asfixia y nos lleva lentamente a la muerte; después está el dolor de intentarlo, el esfuerzo de perseverar en el intento o dar media vuelta y afrontar el fracaso; por último, una vez conseguida la meta, el más terrible enemigo de los tres, la conformidad, regocijarse en lo alcanzado y no ir más allá… pues la vida continúa mientras tengas un camino que recorrer. Porque si paras, mueres”.

FIN

lunes, 23 de febrero de 2015

Eran Cosas de Niños

El hotel Cherryngtown de San Francisco es uno de los más lujosos y selectos de la ciudad. Se trata de un coloso de 23 pisos de exceso y ostentación, regado por las magníficas costas del lago Merced. Es aquí dentro donde se suceden las aventuras de Lack y Buddy, los adorables gemelos rubios de mejillas sonrojadas que todo el mundo adora.


Primer acto

Recibidor del hotel. Se trata de un espacio amplio y decorado de rojo con sillones de cuero y un mostrador de caoba vacío. Al fondo, se hallan varios carritos aleatoriamente colocados y figurantes haciendo como que hablan o que miran cosas en mapas que en realidad no tienen nada escrito.
  Lack y Buddy entran a escena, dos gemelos rubios de 12 años con la misma ropa deportiva, pero de diferente color: rojo y azul. El público aplaude.
BUDDY: Madre mía Lack, qué hambre tengo…
LACK: Ya. El rugido de tus tripas me ha despertado esta mañana.
  Risas enlatadas.            
FIGURANTE 1 (pasando con un carro lleno de maletas vacías): Y a mí.
  Risas enlatadas.
  Entra en la sala una mujer de 50 años. Las múltiples operaciones de su cara hacen que aparente ser una persona de 40 que se recupera tras haber sufrido un accidente de tráfico sin casco. Sujetando su brazo, un hombre fornido y velludo la acompaña.
LACK: Hola mamá.
MAMÁ: Hola chicos, ¿cómo estáis? Os presento a Robert.
ROBERT (con un marcado acento ruso): Hola muchachos.
BUDDY: Vaya, vaya… ¿es tu nuevo, ya sabes…? (guiña un ojo).
  Risas enlatadas.
  La mujer hace aspavientos con las manos.
MAMÁ: Oh, no, ¡qué va! Robert sólo es un amigo que va a ofrecerme un trabajo.
ROBERT: Así es.
MAMÁ: Chicos, no quiero ocultaros nada: los abogados de vuestro padre han conseguido que se acepte su recurso de apelación, así que no va a mandarnos más dinero. Por suerte, antes de teneros yo era una actriz famosa. Podré mantenernos.
ROBERT: Tengo grandes planes para ella.
MAMÁ: Bueno, nos tenemos que ir. Sed buenos.
LACK: ¿Acaso lo dudas?
  Risas enlatadas.
  Antes de que la mujer salga por la puerta del hotel, entra a escena Lucy, una joven niña rica extravagante y poco hábil de pensamiento, aunque afable y extrovertida.
LUCY: Hola señora madre de Lack y Buddy.
  Risas enlatadas.
MAMÁ: Hola Lucy, ¿cómo te va?
LUCY: Mal. Mi papá acaba de decirme que si no encuentro un trabajo dentro de 15 días cancelará mi tarjeta VISA platino. ¡Qué mal! Tendré que conformarme con la de oro, ¡como una pobre!
  Risas enlatadas.
MAMÁ: Sí, eso sería horrible… en fin Lucy tenemos que irnos ya.
LUCY: ¡Espera! (se acerca a la pareja) ¿Es tu nuevo, ya sabes…? (guiña un ojo)
  Risas enlatadas.
MAMÁ (con cara de circunstancias): No, Lucy, es sólo un amigo que va a ofrecerme un papel.
ROBERT: Tengo grandes planes para ella. ¿Nos vamos o qué?
MAMÁ: ¡Hasta luego!
  La pareja se marcha. Lucy pasa junto a los gemelos.
LUCY: Hola Lack. Hola Buddy.
BUDDY: Hola encanto (levanta las cejas).
  Risas enlatadas.
LUCY: Oh… ¡qué mono! Pero ahora no tengo tiempo para hablar con vosotros. He de llamar a mi abogado para que haga cosas de bancos. Es un señor un poco raro. Huele a pis.
  Risas enlatadas.
LUCY: ¡Nos vemos!
  Sale Lucy. Entra a escena Bosby, el encargado del hotel, un hombre de mediana edad calvo como una bola de billar. Junto a él camina un jeque árabe ante el cual se humilla.
BOSBY: Lo siento mucho, sultán Aj Ra Himily, no volverá a pasar, se lo aseguro, le daremos habitaciones gratis para los próximos…
AJ RA HIMILY (con marcado acento árabe): Ya lo creo que no volverá a suseder… ¡Como que nunca más volveré a este hotel! Mis esclavos vendrán a recoger mis cosas de madrugada. Espero que esté abierto.
BOSBY: Sí sultán, así será sultán, lo siento mucho sultán…
  El hombre árabe se marcha. Bosby se vuelve hacia los gemelos.
BOSBY: ¿Sabéis quién era ese hombre?
  Los gemelos se encogen de hombros.
BUDDY: ¿Un rey mago?
  Risas enlatadas.
BOSBY: Se trataba del jeque árabe Aj Ra Himily, o como se le conoce en los países de oriente, “el Sultán”. Posee una importante porción de los derechos petrolíferos del norte de Siria e iba a invertir una considerable cantidad de dinero en nuestro hotel, pero antes quería pasar una noche sin incidentes… aunque, al parecer, eso no va a pasar, ya que “dos niños no identificados” han abierto un extintor dentro de su habitación y su camello favorito ha muerto intoxicado. ¿Sabéis algo de esto?
  Los gemelos se miran entre sí.
LACK (con actitud infantil): ¿Nnnnnnoooooooouuu…?
  Risas enlatadas.
  Bosby se encoje de hombros.
BOSBY: En fin, supongo que lo hecho, hecho está. Son cosas de críos.
  Bosby se marcha.
LACK: Menos mal que aún somos adorables y nuestra impulsiva conducta pueril no es sancionada.
BUDDY: Sí… ¡eh! ¿Y si cambiamos los números de todas las habitaciones entre sí? ¡La de la limpieza se volverá loca!
LACK: ¡Covabunga!
  Risas enlatadas.

Final del primer acto


Segundo acto

Han pasado 6 años desde que dejáramos a nuestros entrañables protagonistas… y han crecido. Los gemelos se encuentran en el mismo recibidor del hotel, notablemente más destartalado y ruinoso de lo que fuera antaño.
  Los chicos también han cambiado. Lack tiene media cabeza rapada y teñida de blanco, varios piercings en la cara y le falta un cacho de oreja; por su parte, Buddy parece haber envejecido 20 años de golpe, con el pelo grasiento y destartalado y una barba descuida e irregular.
BUDDY: Ey, Lack, ¿cómo te va colega?
LACK (mientras se saca un cigarro del bolsillo): Mal Buddy, tengo un problema. Necesito pasta o unos amigos de un amigo me cortaran los dedos de la mano derecha. ¿Tienes algo suelto por ahí?
BUDDY: Qué va, tronco. Los abogados de Lucy insisten en sacarme toda la pasta que gano como repartidor de pizza o si no me llevarán a los juzgados para obligarme a hacerme la dichosa prueba de paternidad.
LACK: Jo tío… ¡qué palo!
  Entra a escena la madre de los gemelos. Si su hijo parece haber envejecido 20 años, en ella el tiempo ha transcurrido al menos el doble de rápido. Sus arrugas están tensas como sogas, su pelo es un cenicero sobreocupado y sus ojos son vidriosos estanques, muertos ya hace tiempo. De su brazo cuelga un joven de tez morena, con perilla, bigote y una coleta.
MAMÁ: Hola chicos, os presento a Esteban. Es mi nuevo novio.
ESTEBAN (con marcado acento irreconocible): Ssszí…
MAMÁ: Chicos, voy a trabajar. Esta vez sí que sí, este señor me va a convertir en una estrella.
ESTEBAN: Claro qué ssszi, Svetlana.
MAMÁ: Me llamo Marion.
ESTEBAN: A ellos no les importa.
  La pareja se marcha.
BUDDY: Qué palo… me da que la vieja tampoco va a darte el dinero.
LACK: Espero que por fin encuentre al hombre de su vida. Ya van 6 esta semana. Pero yo necesito la pasta ahora…
BUDDY: ¡Eh! Se me ocurre una idea. Es un negocio de calidad, seguro y sin ningún riesgo.
LACK: ¿Cuál?
BUDDY: Plantar psicotrópicos y venderlos. Tengo un colega que nos conseguiría buena mercancía.
LACK: ¡Sí! Y podemos usar el despacho de Bosby para cultivarla. Desde que las ventas del hotel cayeron un 312%, ya no lo usa casi nunca.
BUDDY: ¡Covabung… acccjjjjaaaa, accccjaaaa…! (después de dos carraspeos ásperos, el chico esputa un denso moco gris).
  Risas nerviosas.

Final del segundo acto


Tercer acto

Recibidor. Dos agentes de policía se llevan esposados a sendos gemelos. Siguiendo el proceso con su ceñuda mirada, un Bosby demacrado, ojeroso y con profusas manchas negras en la piel, retuerce un pañuelo entre las manos.
BOSBY (gritando, visiblemente alterado): ¡Ya estoy harto de vuestras gilipolleces! Llévenselos, agentes.
BUDDY: Vamos Bosby, no seas así, enróllate. Han sido muchos años juntos.
BOSBY: Sí, 6 años. Y 3 embargos. Y 4 infartos. Al principio animé vuestras gamberradas pensando que eran cosas de niños, pero me equivoqué. Sin un referente claro, ni materno ni paterno, vuestras acciones han ido evolucionando hacia algo mucho más turbio y descontrolado. Os habéis criado sin educación ni respeto por las normas sociales, y al final habéis ido demasiado lejos. Pero no eludo mi parte de culpa como adulto responsable, ya que al reír vuestras gracietas, tanto yo como el resto de nosotros, reforzamos una conducta destructiva, impulsiva y narcisista, que finalmente ha desencadenado en esta situación. Me siento mal y triste, pero mi corazón ya no puede más. Llévenselos agentes, llévenselos lejos de aquí, en donde su oscuridad no nos amenace, en donde se les pueda volver a meter en el cauce de la sociedad. Yo he fracasado.
  Los guardias tiran de los detenidos.
LACK: Joer Bosby, tú ya no eres colega.
  Ya nadie ríe.

Fin del tercer acto


Epílogo

Después de pasar 3 años en prisión, Lack fue excarcelado. Los matones que le acosaban dieron con él rápidamente y realmente fueron los últimos en hacerlo, al menos hasta que 12 años después se encontró su cabeza en un vertedero de Coahuila, México.

Tras 4 años y medio encerrado por mal comportamiento, Buddy también fue absuelto. Incapaz de superar las desapariciones de su madre y su hermano, y tras los múltiples abusos sufridos durante su estancia en prisión, el chico se sometió a una controvertida operación de cambio de sexo. Ahora trabaja como stripper en un club de carretera. Su hijo no sabe que existe.

La empresa del padre de Lucy fue intervenida por la Interpol por usar niños de Tailandia como mano de obra. Su familia perdió todo el dinero y tanto la chica como su hijo acabaron en la calle. Tras una temporada viviendo debajo de un puente, después de demostrarse incapaz de tener ningún trabajo honrado por su acusada carencia de habilidades, acabó donde acaban todos los despojos sociales: trabajando en Telecinco. La audiencia la odia. Su hijo la odia. Ella permanece congelada en una cámara frigorífica hasta que la sacan de su letargo para el siguiente programa.

A la madre de los gemelos nadie la ha vuelto a ver.

Bosby se declaró en banca rota, abandonó el hotel y se fue a vivir a una montaña de Idaho, en donde vivió de la naturaleza hasta que unos cazadores le confundieron con un reno. Murió feliz.





“La educación es la manera que tenemos de sobrevivir a la muerte a través de nuestros hijos”.


FIN

miércoles, 18 de febrero de 2015

Muñeca de Papel

Alma y cuerpo diste, muñeca de papel,
entregaste tu alba y tu ocaso, pero nada salió bien.
Compartisteis momentos buenos y malos,
mas era alargar una farsa.
Él arrancaba de tu cuerpo pedazos
con los que sus lágrimas secaba;
y su sudor, y su sangre,
lo hiciste todo por él,
pero te utilizaron y te clavaron en la pared
como un trofeo, galardón conquistado,
como una medalla de ayer.

Luego vinieron los vuelos
de los días y las noches, cual velo,
y las alas de los cuervos
rayando con su pico tu anhelo.
“No sufras, esto es una oportunidad”,
te recomienda el entorno,
en secreto muerto de ganas por tu silueta,
ávido de retozar con todos.
Personas que liberadas de cargas,
estallan.
No los entiendes, ¿verdad?
¿Cómo no ver en ojos ajenos a quien llegaste a amar?
Nadie te llena, te sientes hueca.
El papel sólo sirve para aliviar penas,
mientras te van arrancando cachos,
más y más,
cada vez más rota,
más y más,
sólo secan sus gotas.
Estás harta ya, ¿no es así?
Nadie te volverá a utilizar.
¿No es esa la realidad?
Aislada en una carpeta vieja,
cuya etiqueta,
los susurros del tiempo borraron
allí te recluiste voluntaria
entre fantasmas que un día amaron

Solitaria tumba la que a la muñeca aguardó,
sin candidato, no hay vencedor,
de su alma en trizas
de su cuerpo en liza.
Nadie con promesas iluminó sus sombras nunca,
campanas de funeral
en lugar de nupcias.
Ya cayeron de sus árboles las hojas,
ya murieron mil primaveras,
dura, aislada, vieja y sola,
pero por encima de todo, entera.
Muñeca de papel, no fuiste como los demás.
Aunque nadie lo viera,
aunque al mundo le parezca ofensa,
no ser nunca más el recorte de nadie
fue tu recompensa.  

FIN

miércoles, 4 de febrero de 2015

El Fin del Rayo de Luz Dorado

El chico abrió los ojos, a pesar de que los acababa de cerrar. Estaba en aquel parque que le era tan familiar, despejado a excepción de los bancos, farolas y restos de un antiguo palacio de otra época. El suelo era marrón, amarillo y naranja de hojarasca, y un azul radiante acaparaba el cielo por completo.
- ¡Vamos, ven!- Oyó tras de sí, seguido de un mote que había escuchado miles de veces.
  Al volverse, allí estaba ella, con su sonrisa sincera, sus ojos chispeantes, su piel marfileña y su pelo, que era como un campo de trigo bañado por el sol. Sin pensárselo, la persiguió.
  Juntos, los dos chicos pasearon, corrieron y jugaron en el parque, al arrullo del canto de las aves salvajes. Ella rio con sus chistes, que solían gustar, y él hizo lo propio con las réplicas que sólo ella le había sabido dar, bromas que nunca recordaría. No la besó, y jamás supo por qué. Sólo trataba de abrazarla, pero ella siempre se escabullía de entre sus brazos. Daba igual.
- Hacía tiempo que no me divertía tanto- dijo él de repente, mientras se paraba a retomar el aliento-. De hecho, mucho tiempo. Demasiado tiempo sin ser así de feliz. ¿Por qué será?
  Ella no dijo nada. En su lugar se sentó de espaldas a él y empezó a juguetear con las hojas muertas del suelo. Su melena le caía desde los hombros como una cascada dorada.
- Mucho tiempo... demasiado... ¿desde cuándo...?- siguió preguntándose.
  Ella siguió sin decir nada, sumida en aquel jugueteo infantil.
  Entonces, súbitamente, lo recordó.
- No me digas que esto es... – dijo, aún en el parque-. Joder...

...despertó solo en su habitación. Buscó alrededor, pero sólo halló el desconsuelo de las paredes en semipenumbra.
- Joder...
  Llevaba meses en el mismo estado. Desde que ella le abandonara, cada noche la encontraba en el rincón más peligroso de su mente, aquel que podía destruirle, y cada mañana despertaba para caer de bruces en el infierno en que se había convertido su vida, como un reo condenado a oír su sentencia eternamente. Los días pasaban como una neblina. Cuando amanecía, ella era lo primero en que pensaba, y su rostro se mantenía ante él en todo cuanto emprendía, en un segundo plano, como una ilusión.
  Poco a poco, la enfermedad del dolor devoraba su espíritu como un cáncer, pero él trataba de ocupar su mente para evitar que sus pensamientos volaran junto a ella. Por eso no paraba, por eso nunca se detenía. El día era su reino, donde enloquecía, pero por las noches no había escapatoria. Se acostaba aterrado, consciente de su castigo, pues era ella también lo último que pensaba al acostarse. No quería dormir, por miedo a despertar.
  Daban igual sus súplicas al cielo, pues cada alba era su agonía. A veces despertaba empapado, otras con lágrimas en los ojos y aún su nombre en los labios. En ocasiones lo hacía aún de madrugada, mucho antes de lo debido se desvelaba y empezaba su eterno movimiento para escapar del martirio. El sufrimiento físico le causaba un momentáneo alivio. Golpear las paredes como una bestia encerrada, gritar hasta notar el sabor amargo del dolor de garganta, arañarse la cara. Caer extenuado, yacer rendido. Pero sólo era instante de paz dentro de su eterna guerra.
  Puesto que una mente es una goma, que puede darse de sí hasta que se estira demasiado y quiebra, al final acabó repentinamente su miseria. El dolor, el cansancio, la falta de sueño, todo ello contribuyó a forjarse un nuevo ser y acabó convertido en muñeco. Sin alma, sin esperanzas ni ilusiones, sobre todo eso. Sólo despertaba, se movía y recargaba de noche. Para dejar de sufrir, dejó de pensar y, por tanto, de sentir. Un autómata que sólo se movía, comía y respiraba por la pura costumbre, sorteando el suicidio, pero sin miedo de caer en él. Su mente destruyó al hombre y pasó a ser otra cosa.
  Tristemente, su dolor acabó. Ahora, tristemente, sigue su camino.

¿Qué son los sueños? ¿Son anhelos, cómo dicen los optimistas? ¿Son recuerdos procesados, como dice la ciencia? ¿Son miedos, como dicen los cobardes que no se atreven a actuar conforme a ellos? No... Los sueños no son más que tortura de una mente culpable que se autodestruye, sólo eso.

FIN
   


martes, 3 de febrero de 2015

Cometa Rota

Le encantaba volar, pero no aquel día. Siempre había disfrutado tumbándose sobre el viento, mofándose de los seres desde arriba, que como hormigas empequeñecían cuando les contemplaba desde las alturas… excepto aquel día. Porque el aire era demasiado fuerte. Porque como mazas invisibles golpeaba la tela que era su piel en todas direcciones, en una suerte de dolor y movimientos caóticos. Porque era más vehemente de lo que podía controlar.
  Aquella mañana otoñal, el niño se había encaprichado en volar su cometa a pesar de las advertencias de su padre. Mientras las jóvenes e inexpertas manos del infante competían por hacerse dueñas de los controles, el aire vapuleaba a la birlocha entre estruendosos rugidos. Aquel niño había sido su amigo, su compañero fiel. Juntos habían reído, volado y soñado. El pulso de los dedos del joven que notaba en el extremo de sus hilos, antes le había reconfortado; era su seguridad; era su ancla al mundo… pero no ese día. Tres tirones bruscos, y el cordel que los unía se partió. La cometa salió despedida y, arrollada por la vorágine, acabo hincándose entre las ramas de un árbol. Y allí se quedó.
  En su nuevo emplazamiento la cometa aguardó impaciente, anhelando el regreso de su buen amigo. Los días, las semanas y los meses movieron las hojas del calendario, pero el esperado encuentro no se produjo. Hasta que llegó el buen tiempo de nuevo.
  Un soleado día, perdida ya casi toda esperanza, los ánimos de la cometa se encendieron cual candil en la oscuridad al ver como el joven por fin se acercaba al árbol junto a su padre, con un paquete en la mano. Ilusionada, casi no podía esperar para ver qué dirían cuando la vieran.
- Mira Jesús, ahí está tu vieja cometa- dijo el hombre.
- ¿A quién llamas tú vieja?- se molestó ella, pero no le dio importancia. Estaba feliz de volver a verles.
- Sí, pero está rota. Mi otro juguete es mejor- se limitó a decir el niño.
  Luego, el chico sacó una nueva cometa del paquete. Era blanca como la nieve y afilada en su punta, mucho más estética que la otra. Niño y hombre volaron con el nuevo juguete toda la tarde.
  Alma rota y en vilo, la cometa aguardó fielmente aún un tiempo. Cada tarde, una y otra vez, el niño volvía a jugar con su nueva adquisición delante de sus metafóricas narices, pero a ella no le decía nada. Y así siguió siendo. Y volvió el mal tiempo. 
  Uno de aquellos tormentosos días, el volantín decidió que había llegado la hora. Con esfuerzo y dolor, arrancó su estructura de las ramas, que como estacas atravesaban su cuerpo y lo diseccionaban, se levantó y echó a volar.
  Rápidamente, el viento la elevó hasta las alturas.

“Vuela alto, cometa rota,
vuela hasta el cielo.
Sube con fuerza, rabiosa y sola,
perdidas las opciones, ¿qué puede darte miedo?”- bramaba la tempestad.

Y siguió subiendo, viéndolo cada vez todo más pequeño. Aquel día no le detuvieron los tirones, no había nadie al otro lado de sus rotos hilos. Únicamente se dejaba llevar, solitariamente movida por el viento, que cada vez era libre, más fresco. Superó la inseguridad, superó el dolor, superó el miedo y, entonces, por primera vez desde hacía tiempo, sonrió. Y nadie más la volvió a ver.


FIN

Texto de prueba: Bienvenidos

Buenos días. El motivo de esta entrada es triple.

En primer lugar, decir que me he cambiado de blog porque sentía que necesitaba darle un lavado de cara a mi vida. ¿No os daría satisfacción coger un día casi todo lo que tenéis en vuestro cuarto, quemarlo y empezar prácticamente de 0? Bueno, a mí sí. Tanto que he empezado de 0 muchas veces. Aún así, con quemar "casi todo" me refiero a que algunas historias del antiguo las pondré en este blog también, al igual que no me desharía del regalo de un buen amigo o mis libros si quemara todo mi cuarto.

Segundo, explicar de qué va este blog. Lo primero decir que me encanta escribir (puede que sea lo que más me guste hacer en el mundo): me desahoga, me ayuda a expresar y organizar lo que tengo en la cabeza y, además, me divierte. Pero, también, me gusta mejorar. Obviamente, lo que yo escribo me gusta (al margen de que lo haga bien o mal) porque si no, no le daría vida. Hacerlo público me da otra perspectiva, en el sentido de que ya no sólo se trata de escribir lo que ronda mi cerebro, sino de darle forma para que llegue a más gente. Además, os animo a todos a dar a "me gusta", compartir si creéis que merece la pena o poner un comentario (positivo o negativo, cualquiera será bien visto) al respecto de lo que veáis aquí dentro, porque de eso se trata en parte. La temática suele ser sobre reflexiones personales que me hago yo solo disfrazadas de cuento, pero también me gustan las parodias y los textos de broma. Creo que de prácticamente todo en esta vida se puede sacar algo positivo, y yo espero que esto que escribo no sea la excepción.

Por último, daros la bienvenida. Espero que algo de lo que publique os guste, aunque sea mínimamente, y podáis sacar cierto provecho de ello. Gracias.

PD: Cualquier sugerencia, especialmente sobre la estética de la página, será agradecida.